Intercambiamos las
miradas en un cruce repentino, nada planeado.
Una coincidencia
fruto de la aleatoriedad que implica salir tarde de la oficina y entrar al
andén del tren con una calma anormal fruto de la resignación producida por la
hora de salida (horas extra jamás pagadas). Si, aquél cruce de miradas fue un
momento único que la misma probabilidad no hubiese podido jurar sobre sí misma,
la veracidad del acto, del hecho, de la situación.
Yo de este lado del
andén, dirección contraria a ti. Tú, de aquel lado del andén, en dirección
contraria a mí. A tan solo un par de trenes fantasma de distancia, dos pares de
vías vacías sin ningún sonido, sin ningún peso, sin existencia alguna.
Vestido negro de una
sola pieza.. Ni tan escotado ni tan cerrado, ni tan ceñido ni tan volado, sin
acabados pero bastante bien terminado. La longitud era exacta, solo por encima
de aquél par de medias lisas que cubrían un poco más allá de tus rodillas. Nada
complicado, diseños sencillos y aun así el sin fin de emocionas que sentía eran
algo difícil de descifrar, ¿Interés? ¿Curiosidad? ¿Deseo? ¿Excitación?
¿Mariposas? Quizás éstas últimas no, la comida había estado demasiado condimentada.
Tus botines negros levantaban tus pies ligeramente del suelo, nada de botas complicadas
ni tacones que asemejan rascacielos. Unos cómodos y bien diseñados botines. ¿Una
chica sencilla o una chica sumamente complicada? Ni idea.
¿Yo? Yo solamente vestía tan casual como uno
puede ir a la oficina un viernes que no es quincena.
Te vi y mi viste.
Ojos profundos,
cabello corto, lentes; dos de tres cosas compartíamos en ese aspecto. No aparte
los ojos a pesar de la tentación de
mirar más allá de aquél vestido negro. ¿Qué habría debajo? ¿Qué tesoros se
ocultan tras esas telas? (O quizá deba decir: tras esa tela).
Te vi, cruzaste la
mirada y cambiaste de destino. Tus ojos planearon por los alrededores, quizás
con el mismo cosquilleo que a los míos invitaron a mantenerse firmes. Tan
extraños que somos los hombres de las mujeres y tanto que deseamos estar
juntos.
Como dije, yo me
quedé esperando, ¿Qué cosa? No lo sé, quizás el retornar de tus ojos, el despiste
total o quizás nada. Si, simplemente nada. Quizás no es que esperara, no es que
me perdiera o que le buscará como fiero cazador esperando que su presa pasase
nuevamente por el mismo camino donde se encuentra. No lo sé pero solo una cosa me quedó clara:
volviste a mirar. Sentí sudar mis manos.
Desvié la mirada y
la regresé.
La desviaste y
regresaste.
Las luces lejanas
que se acercaban por los andenes indicaban la urgencia con la que teníamos que
actuar. Pensé. Pensé lo más rápido que mi atontado cerebro podía. Me imaginé
corriendo hacia las escaleras, brincar al policía, caminar directamente hacia
esos ojos tuyos y sujetarte suavemente (¿O quizás fuertemente?) y mirar dentro
de ti, ahogarme y después… después quien sabe, habiendo tantos lugares tan
cercanos donde podríamos perdernos completamente.
Pero, ¿Qué estarías
pensando tú? No lo sé, ¿Quizás molestia porque otro más se había ahogado en tus
ojos? ¿Incomodidad? ¿Curiosidad? Al menos esto último podría invitarte, la
curiosidad en verdad no mató al gato sino aquello que encontró. Ah, angustia de
pensar a través de alguien más, ¿Y si fuese un malentendido? ¿Y si no fuese
nada?
Giraste y me diste
la espalda, giraste de nuevo y me volviste a mirar. No pude evitar mirar hacia
abajo y levantar nuevamente la mirada. Lentamente.
Finalmente cuando me
pareció ver un atisbo de sonrisa, el tren llegó a toda velocidad. Bajaron las
personas y el ángulo de visión no me dejo verte. Pensé nuevamente, pensé en
moverme para poder seguirte viendo pero, ¿Y si me buscabas y no me encontrabas?
No, debía mantenerme
firme.
Llegó mi tren, y me
mantuve a raya. No me moví.
¿Entrarías? ¿Te
marcharías?
El pitido dio
anuncio, las puertas estaban por cerrarse. El silencio dio paso al partir de
los trenes, primero el tuyo y después el mío. Entonces miré nuevamente hacia el
otro lado del andén.
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