Al recordar la razón por la que quería escribir, deje a un
lado con lo que me había convencido desde hace un par de años: ante la
imposibilidad de ser tantas cosas imposibles o inalcanzables al momento, sin
importar cuales fuese las razones que las volvían inalcanzables, sería escritor
para ser todas y cada una de ellas a través de los protagonistas de mis
historias.
Me remonté a la época de la secundaria, cuando mi maestra de
Español, (la Miss Tere) a quien considero una de mis principales influencias para
tener el vicio de la lectura, nos incitó a escribir poesía. Solo tres personas
de un salón de casi 30 alumnos, sino es que más, quienes terminamos escribiendo
poemas y los leímos al frente del salón.
Mi poesía fue la favorita de todos.
En aquel momento no se me había hecho difícil escribir
poesía. Solamente era cuestión de emplear palabras relacionadas al amor que
cumplieran con ciertos requisitos (reglas, yo era un experto siguiendo reglas y
procedimientos) que tuvieran una especie de narrativa y encandilara a
estudiantes de secundaria, consiguiendo expresar sentimientos que quizás de
otra manera podrían ser objeto de burla. Mi inteligencia que siempre fue
aquello que me “identificó” desde que había entrado a la escuela y que a veces
sentía yo era objeto de envidias de mis compañeros y de que se me clasificara
en clase. La poesía en ese entonces me sirvió para llamar la atención y para
recibir felicitaciones sinceras.
Comencé a escribir poesía con tanta ansía que parecía que
apretaba y apretaba una jerga para poder exprimir hasta la última gota. Las
últimas gotas fueron en la preparatoria. A partir de la preparatoria la poesía
ya no salía de mi grifo, y comencé con los cuentos cortos.
¿Había sido una especie de evolución? ¿Había subido al
siguiente paso?
Quizás ahora que ya tenía un amor correspondido en mi vida,
la poesía había perdido todo sentido. No la necesité para llamar la atención,
no me era necesaria ya. Aun así, escribí varias poesías para quien ahora es mi
esposa pero poco a poco se fue agotando el pozo.
Todo esto me ha brotado como recuerdo y análisis mientras
leo “De que hablo cuando hablo de escribir (Haruki Murakami)”, y analizo si en
verdad mi motivación de escribir historias es por querer ser todo aquello que
no puedo ser o si hay algo más. ¿Algo más banal? ¿Algo más profundo? No lo sé.
Lo único que sé es que siento en verdad ese impulso de querer escribir
historias y que en estos momentos deseo poder terminar la novela que estoy
escribiendo, porque creo que es el último acertijo para salir del calabozo en
el que me encuentro, es la última piedra que tapa el agujero en el que estoy
metido. Quizás es el último paso que necesito para subirme al ring, donde ya
arriba sabré si solo estaré por unas rondas o si resistiré hasta que me muera.
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