Cuando conocí el mundo de Warhammer, me había llamado mucho la atención la posibilidad de crear un ejército de puros mercenarios algo que pronto descubrí que ya no era tan factible ni usado, además de querer mejor quedarme en el mundo futurista.
Hace pocos días encontré un formación que había con una historia que me encantó y me decantó para hacer un cuento a su salud. A pesar de que solo he leído algunos libros y notas, y que no juego WHFB, no pude resistirme y he aquí un cuento corto que espero disfruten.
Para saber más les dejo este enlace. (En inglés)
La Compañía Maldita
Su vista
se estaba nublando, sabía que iba a morir.
Las
posibilidades de sobrevivir a aquella batalla eran ínfimas, la muerte era lo
único que tenía seguro. Si los soldados tenían miedo, ¿Qué se podía esperar de
él, un simple aldeano de una remota aldea?
Aunque no
es que fuera a vivir una larga y próspera vida como su abuelo, e inclusive su
padre; los tiempos estaban cambiando, el fin de los tiempos se veía más cerca. Los
ejércitos de los hombres bestia cruzaban día a día las fronteras del Imperio,
dejando atrás un rastro de cenizas, desolación y muerte. Y en los últimos meses
las cosas se estaban poniendo peor. A primera hora por la mañana, llegaban los
mensajeros con las malas noticias:
―¡Aniquilados!
―gritaban a los cuatro vientos. ―Se acerca el fin, ¡Los hombres bestia ya
vienen!
En un
principio la confianza ciega en la fuerza del Imperio había hecho que la gente
de la aldea ignorase por completo a los mensajeros. Pero poco a poco aquellas
palabras comenzaron a tallarse en las vidas de los aldeanos hasta que un buen
día, dejaron de ir los mensajeros y,
finalmente, desapareció de igual manera cualquier atisbo de seguridad. Seguramente habían muerto, susurraban
los aldeanos.
Sin
pensarlo dos veces, varios aldeanos juntaron sus pertenencias y huyeron hacia
las grandes ciudades, en busca de algún refugio para sus familias. A la tercera
mañana, llegó un grupo de soldados con un edicto, todos los hombres que
pudieran sostener una espada para luchar tenían que marchar a la guerra.
Su padre
había muerto hace varios años en un ataque de los hombres bestia, su madre de
fiebres al año siguiente. Solamente tenía su tierra pero en aquellas
circunstancias, carecía de importancia alguna, ¿De qué sirve la tierra a un hombre muerto más que para que en ella le
entierren? Junto con los demás varones había partido con aquellos hombres,
sabiendo cuál sería su destino.
Y ahora,
recostado en el suelo con una lanza atravesándole sus entrañas, la melancolía
le había nublado los ojos.
¿Acaso ya estoy perdiendo la vista?
Un atisbo
de calor escurrió por sus mejillas. Entre toda esa agua fría que caía
inclemente en el cielo, aquella pequeña gota caliente le contestó la pregunta.
¿Lágrimas? Menudo hombre, llorar en
mis últimos momentos…
Recordó
sus últimos momentos. Las tropas se habían alistado, las formaciones estaban listas
frente al espeso bosque que se tenía enfrente. El ejército de los hombres
bestia venía en camino, sus ruidos, sus cuernos de guerra; todo se escuchaba
cerca pero aquello parecía inquietar menos a los hombres que lo que se había
puesto dentro de sus propias filas.
―¿La
Compañía Maldita? ―preguntó con verdadero asombro. No tenía ni idea de lo que
se referían pero aquello no sonaba nada bien.
―Así es, ―contestó
el otro recluta ―La Compañía de Richter Kreugar, el maldito―.
El leve bullicio
presente se difuminó por completo. Un silencio de aplomo invadió a todos los
presentes.
―¿No
conoces la historia? ―le preguntaron.
Sin nada
que perder, contestó en aquel momento negativamente.
Richter
Kreugar era un joven capitán mercenario quien alquilaba su espada al mejor
postor, sin importar quien fuese. Era un hombre orgulloso y despiadado pero era
talentoso. ―Hizo una pequeña pausa para mirar a todos los presentes y después
de aquel corto silencio, prosiguió―. Hace muchos siglos se alió con un poderoso
nigromante en estos mismos bosques en una campaña contra el Imperio.
La sola
mención de ese dato hizo que todos los presentes miraran en todas direcciones. ―Parecía
que estaba todo perdido, que estas tierras caerían presas de aquél terrorífico
ejército… ¡Pero no fue así! ―gritó con júbilo―. Las fuerzas imperiales poco a
poco comenzaron a ganar terreno y el temible ejército empezó a tener grandes
bajas, igual que las que habían tenido nuestras fuerzas.
―¿Qué sucedió?
―gritó otro pueblerino.
―Richter
vio lo que se avecinaba y se vio en secreto con un oficial del Imperio, al
final de cuentas era un mercenario y lo único que le importaba era estar en el
bando vencedor así que aceptó el soborno que le ofrecieron.
―A la
mañana siguiente a mitad de la lucha, Richter apuñaló al Nigromante por la
espalda tal como lo había pactado con el Imperio pero aquél ser maligno le
maldijo con su último aliento, convirtiéndole en muertos vivientes a él y a
toda su compañía para siempre, condenándoles a una eternidad de lucha sin
descanso, negándoles la muerte para siempre―.
Algunos
murmullos comenzaron a escucharse pero nadie se atrevía a romper con aquel
ambiente hasta que finalmente, alguien se atrevió a preguntar.
―¿Y qué
hacen aquí?
―Es obvio,
vienen a ofrecer sus servicios como mercenarios. ―Contestó el soldado.
―¿Pero no
son seres malignos, como los hombres bestia? ―preguntó alguien más.
―Claro que
no, ―contestó― mientras logra encontrar el descanso final renta sus espadas al
mejor postor creyendo que puede encontrar su anhelado final en algún campo de
batalla.
Trató de
mover algo pero apenas pudo mover los dedos de su mano derecha, aquella que
tenía alrededor de la herida. El eco de la lluvia comenzaba a escucharse más y
más vago, como si el sonido estuviera perdiéndose en un lejano lugar. La
humedad y el frío de la noche se sentían más penetrantes, sentía que su cuerpo
había dejado de generar calor.
Seguramente tengo el rostro pálido,
como cuando era niño.
Los vagos
recuerdos de su infancia comenzaron a brotar como si de gotas de agua de un
manantial se tratase, sus primeros pasos en la granja, las pequeñas travesuras
que les hacía a sus padres, la primera cosecha recogida por él, la muerte de su
padre, la muerte de su madre. Su primera noche con una mujer. Cerró los ojos y
sintió el frío y ligero golpear de las gotas de lluvia sobre sus párpados, aquel
último recuerdo le hizo sentir un último calor en su cuerpo.
¿Perdimos?
Alguna vez
había escuchado que los hombres bestia destajaban los cuerpos de los muertos
para arrojarlos en contra de los hombres y poder hacer mella a su miedo, quizás
en cualquier momento vendrían a por él. Deseaba morir lo más pronto posible.
Dejó de
sentir la lluvia y por unos instantes creyó que ya había muerto. Fue entonces
cuando un terror hizo presa de él.
El temor a
no saber lo que podría ocurrirle y simplemente desaparecer de este mundo le
hizo sentir un deseo incontrolable de vivir, no quería morir, quería vivir.
Quiero vivir…
Su
respiración comenzó a agitarse y entonces sintió un fuerte deseo de abrir los
ojos. Una persona se haya frente él, vestía una armadura de metal y un broche
rojo le sostenía una capa que parecía ver de color verde. Su vista nublada no
le dejaba identificar claramente el rostro.
―Vi…vir…
―pronunció con todas sus fuerzas.
Entonces
aquel ser frente a él tiró el escudo a un lado y se agachó. Su rostro
finalmente quedó visible y aquello que vio le aterró por completo. Un cráneo
humano protegido con un casco en cuyo frente se podía distinguir las iniciales “R.K.”
Aquella
criatura sacó su espada del cinto y sujetó al muchacho por los cabellos con su
mano libre y, en un movimiento rápido y experto, le degolló.
Cuando
abrió nuevamente los ojos, sintió que había algo extraño en él. Trató de mirar
sus manos y en vez de ver la piel calluda de tantos años de trabajo en la
granja, lo que vio le aterró por completo. Los huesos de sus manos y sus brazos
se veían claramente.
Intentó
correr pero algo se lo impedía, no podía moverse totalmente a su voluntad.
Alguien le llamaba y no podía hacer caso omiso a su llamamiento. Miró entonces
a sus alrededores y recuperó una lanza de un cadáver de un hombre bestia
mientras que de lo que había sido seguramente un hombre, tomó un casco.
Miró
por última vez a las fuerzas del Imperio alejarse en dirección a su aldea. Después
comenzó a caminar bajo el nuevo estandarte del que ya era parte, pensando que
ahora su más grande deseo era el poder morir.
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